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Heidi Johana Rojas en el plano al lado de su finca en Mariquita, al norte del Tolima, un área golpeada por la violencia de los paramilitares | Imagen: Elena Bulet.

La transformación de las víctimas narradoras

Poco a poco las voces de las mujeres se han alzado y, con ellas, se ha desencadenado un proceso de transformación tanto externo como interno

Hubo un tiempo en que el silencio era el mecanismo de supervivencia de las mujeres víctimas. Entre los valles, las calles a medio asfaltar, las veredas, los plátanos, los granos de café y las humildes cocinas se escondían los relatos de vulneraciones de derechos de las mujeres supervivientes del conflicto.

Pero poco a poco las voces de las mujeres se han alzado y, con ellas, se ha desencadenado un proceso de transformación tanto externo como interno.

Estebana Ortiz, defensora de derechos humanos, miembro activo de la organización afincada en Barcelona, Mujeres Pa’lante, y experta en equidad de género exiliada en España reconoce que “la narración provoca que la mujer se reconozca, se forme y se protagonice. Ese empoderamiento como mujer en el reconocimiento como una sujeta de derechos, que exige que sus valores sean respetados. […] Cuando la mujer reconoce todo esto, empieza a proteger lo que ella es y se vuelve rebelde en esa autoprotección”.

La lideresa exiliada remarca que, para ella y para muchísimas mujeres, “formar parte de organizaciones de mujeres ha supuesto un crecimiento personal enorme”. Según cuenta Ortiz: “En el conflicto armado en Colombia, en las comunidades donde se documentaron muchos casos, se pasó de ver a una víctima que tenía miedo de abrirte la puerta para contarte su historia a —después de todo un proceso de narración, de documentación de casos y de atención psicosocial— ver a esa misma víctima, organizada con otra, y con otra, llena de mucha fortaleza, denunciando públicamente al paramilitar o a todo aquél que realizó el hecho criminal”.

“Formar parte de organizaciones de mujeres me ha supuesto un crecimiento personal enorme”.

Según Estebana, la narración tiene así una doble función. “Como víctima, te permite compartir esa impotencia y ese dolor al narrarlo, y también estoy convencida de que esa narración se convierte en un instrumento que te permite tenerlo en la mano para que garanticen tu derecho vulnerado. […] El objetivo colectivo es la sororidad, que en el caso de las víctimas es esa parte psicosocial que te ayudará a fortalecerte internamente, y después poder ejercer ese papel protagonista de reivindicación del derecho. El colectivo te permite hacerte fuerte”, relata la lideresa.

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Norby Pulido en su casa de la Colonia, en Villarrica, al norte del Tolima | Imagen: Elena Bulet.

Norby Pulido, desplazada forzosamente de Villarrica (Tolima) a causa del conflicto, describe también el acto de empoderamiento que se circunscribe a la narración: "De repente, como una fortaleza. De que sí se puede, de que podemos, de que hubo mucho tiempo que estuvimos sometidos y que ahora pues tenemos voz y voto y podemos opinar y ayudar para que todo esto cambie”.

Como propone Juan David Villa Gómez, investigador de la Universidad Pontificia de Comillas, el autorreconocimiento de las violencias e injusticias sufridas a través del relato de las experiencias es una de las claves del potencial transformador de las mujeres víctimas en supervivientes defensoras de los derechos humanos.

DE VÍCTIMAS A DEFENSORAS DE DERECHOS HUMANOS

 

Estebana Ortiz prosigue con su relato, y pone el ejemplo de Marta Díaz, lideresa del capítulo Atlántico del Movimiento Nacional de Víctimas de Crímenes de Estado (MOVICE), que ha sido amenazada de muerte en reiteradas ocasiones. “Un ejemplo del proceso de empoderamiento es Marta Díaz: el mismo dolor, el mismo duelo la lleva a ser protagonista de una organización con todas las madres, abuelas, hijas, esposas de falsos positivos. Llevándola finalmente a exigirle al Estado que ella debe ser protegida”, explica Ortiz.

“Nos quedamos calladas para sobrevivir”.

Las mujeres coinciden en destacar que, pese al dolor de recordar y pese al miedo a las consecuencias de alzar la voz, es necesario narrar y romper el silencio. Para Adonaí Rincón, lideresa de la Mesa de Víctimas de Rioblanco, las mujeres “nos quedamos calladas para sobrevivir; porque el miedo insuperable, entre otras cosas, hizo que nos calláramos. Pero ahora que tenemos la oportunidad de decir las cosas, pues las contamos. Cuando las cosas están mal hechas, hay que decirlo y no participar de ellas. Ni se participa, ni se queda callado, porque si me quedo callada estoy participando con el silencio”.

A su vez, las víctimas-supervivientes son conscientes del potencial transformador de su relato. Heidi Johanna Rojas, víctima de desplazamiento forzado a causa del conflicto armado, abunda en el sufrimiento que le suponía recordar y contar. Un dolor que intenta superar para alcanzar mejores beneficios y proyectos productivos para su comunidad.

 

El relato de Heidi Johanna habla de la conservación de la memoria: “Es muy duro uno acordarse, cierto, porque volverlo a narrar son como momenticos que a uno le tocan (...). Aunque es duro uno recordar todo lo que pasó, pienso que estas vivencias son lo que hace que la historia se cuente. Y no ha sido nada fácil, porque en realidad uno volverse a acordar de tener que agarrar su maleta, carretera abajo… Uno ve que es muy poco el que quiere hablar. Y mucha gente en vez de hablar quiere olvidar. La verdad me da miedo, yo le digo. Si usted me lo pregunta personalmente, yo lo único que le pido a Dios es que esto llegue a manos de quien pueda interesar, pero para el bien de la comunidad”.

Pero para poder contar, las entrevistadas han resaltado la necesidad de la construcción de espacios de confianza y seguros, donde sus relatos obtengan una escucha activa de parte de otros actores de la comunidad. Luz Ángela Yate, gobernadora del resguardo indígena de Chenche Balsillas y superviviente de violencia sexual en el contexto del conflicto armado, habla del miedo a contar y del sentimiento de desprotección, aún más grande entre las víctimas-supervivientes de violencia sexual, así como de la importancia que tiene para su comunidad indígena hablar, ser escuchados y creídos.

“Hay muchas compañeras que fueron víctimas de acceso carnal y hay ese miedo a contar”.

Luz Ángela Yate en la sede de la gobernación del resguardo indígena de Chenche Balsillas, en Coyaima, al sur del Tolima | Imagen: Elena Bulet.

“En mi censo —describe la gobernadora indígena— hay muchos compañeros que están desplazados. Hay muchas compañeras que fueron víctimas de acceso carnal y hay ese miedo a contar. Siempre lo hemos tenido. Para nosotras es muy importante contarlas, pero también muy difícil. Yo he estado en consejos de seguridad en los cuales he denunciado que llegaban panfletos para mí y ellos decían que no era verdad. También hemos estado buscando la forma de protección, pero entonces dicen que no nos creen. Nos dicen que nos van a hacer unas pautas para que denunciemos acá o allá, pero qué pasa, si yo voy y denuncio allá, tardo más en hacer esa denuncia que en que vengan a hacerme algo”.

 

De todas formas, las víctimas-supervivientes distinguen entre narración y reparación. Así, pese a reconocer el poder de la narración y el testimonio, Estebana Ortiz matiza que no ve la memoria histórica como una vía de reparación, pero sí como una “descarga emocional, que permite que se conozcan los hechos y que logra que la víctima exija sus derechos”. Para la activista de Mujeres Pa’lante, la reparación se conseguiría solo cuando las víctimas sean escuchadas y se tomen las acciones consecuentes que acaben con la impunidad.

 

 

CONSTRUCTORAS DE MEMORIA HISTÓRICA 

 

A nivel comunitario las narraciones de las víctimas son una herramienta para escribir una memoria histórica colectiva que subvierte la visión hegemónica del victimario, tal y como defienden expertas y expertos en gestión de la memoria histórica. Los proyectos de recuperación de memoria desde el territorio sirven para superar los vacíos narrativos de la historia contada a través de canales oficiales.

Venus Quiroga, coordinadora de la organización Reiniciar, en su casa de Ibagué, la capital del Tolima | Imagen: Elena Bulet.

Venus Quiroga, víctima-superviviente y coordinadora de Reiniciar (regional Tolima), también insiste en la necesidad de recoger la memoria del conflicto y resalta la función sanadora de la narración.

 

"La memoria, sí, para que no se vuelva a repetir o para hacer duelos. Esa es la historia que se tiene que recoger. Cuando se sienta una persona víctima del conflicto y cuenta todo, está haciendo sanación. Está sacando de lo más profundo de su ser todo eso que le está haciendo daño. Y vuelvo y repito, sin necesidad de llamársele perdón, es una forma de paz consigo mismo, de tranquilidad, de poder llegar a la tolerancia", reflexiona la activista de los derechos humanos.

La Ruta Pacífica de las Mujeres, una de las organizaciones de mujeres colombianas por la paz con mayor incidencia en la defensa de los derechos de las víctimas, defiende que “las consecuencias de la violencia en las mujeres son impactos que necesitan escucharse y exigen un reconocimiento, porque son parte de la historia colectiva, de una verdad social que quiere ser compartida”. Las mujeres víctimas así lo expresan, sobre todo con el objetivo de garantizar la no repetición de la violencia y de asumir el papel de la memoria como prevención.

 

Desde la finca colectiva donde lleva a cabo un proyecto productivo junto con una decena de compañeras en Ataco (Tolima), Ángela Patricia Arias —víctima de desplazamiento forzado—, defiende que “la lucha de los que no somos tan jóvenes es ir contando la historia a nuestros hijos para que no se pierda la historia".

 

En la misma línea, Venus Quiroga opina que Colombia se encuentra en un periodo de rescatar la memoria, porque para ella el país no la tiene: “si tuviera realmente memoria, no estaría repitiendo la misma historia. Lo que nos toca es eso, reconstruir la memoria para no repetir la historia", remarca. Ella ha escrito sus vivencias para no olvidarlas, acto que le permite exteriorizar el dolor guardado por décadas dentro del cuerpo.

 

“Yo creo que es una especie de escape, el escribir. Y eso lo digo porque a nosotros nos tocó aquí levantar la historia económica, política, cultural de la Unión Patriótica. Todo ese desastre tan bárbaro que fue el exterminio de la Unión Patriótica aquí en el Tolima. Y una manera de sacar eso a flote es ir escribiéndolo. Los casos más impactantes, más emblemáticos, yo los tengo escritos. Casualmente por eso, porque era un escape. Lo que llamamos nosotros, y le decimos a las víctimas, hacer el duelo”, cuenta Venus.

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A la izquierda, integrantes de la cooperativa agropecuaria de mujeres de Santiago Pérez, en Ataco (Tolima),

y a la derecha, parte del archivo de la Comisión de Solidaridad con los Presos Políticos, en Ibagué (Tolima). | Imágenes: Elena Bulet.

Cuando Ángela Patricia decide contar sus vivencias a su hija, o Venus las pone por escrito para que se conviertan en fuente de memoria, las narradoras contribuyen a contrarrestar y deconstruir la historia escrita desde las visiones de los victimarios. A su vez, Estebana Ortiz cuenta que, para ella, “es muy importante explicar todo esto a las jóvenes, ya que la intención es formar multiplicadoras de los derechos”.

Como sostiene la lideresa de Rioblanco, Adonaí Rincón, es muy importante que sean las mujeres las que cuenten el conflicto: “contar las cosas a través de nosotras las mujeres, que lo hemos sentido más. Porque los hombres, obviamente también han sentido, pero por su machismo esconden muchas cosas”, remarca.

“Es muy importante explicar todo esto a las jóvenes, ya que la intención es formar multiplicadoras de los derechos”.

Para Luz Ángela Yate este es el momento de escuchar a las que no han sido escuchadas. La gobernadora del resguardo indígena Chenche Balsillas destaca que en esta tarea la labor de las personas mayores, que sufrieron durante décadas el conflicto, es fundamental: “llegó la hora de que la verdad sea contada desde nuestros propios abuelos y de nuestras propias abuelas porque ellas son las que saben”, subraya.

Desde la otra orilla del Tolima, en la vereda La Colonia de Villarrica, Norby Pulido explica que se dio cuenta “de la importancia de la región y de llevar la historia a otro lado contada de una forma diferente a la que lo han hecho normalmente”. Para Pulido, hija de campesinos que sufrieron en los bombardeos de Villarrica la crudeza del conflicto armado ya en tiempos de La Violencia (entre 1930-1960), la historia necesita recurrir a las fuentes de las víctimas que vivieron los hechos en el campo, en las regiones.

 

 

 

“La historia no ha sido verdaderamente contada, y las personas que conocen la verdadera historia ya se están acabando”.

Restos de la iglesia de la Colonia de Villarrica, bombardeada por el gobierno en 1952, al norte del Tolima | Imagen: Elena Bulet

Según la víctima-superviviente y lideresa local en Villarrica, “la historia no ha sido verdaderamente contada, y las personas que conocen la verdadera historia ya se están acabando. Nosotros podemos hablar de historia, pero no puede ser la verdadera. Siempre vamos a omitir o vamos a aumentar algunas cosas. Por temor, y porque no han tenido en cuenta a los verdaderos historiadores. Estamos hablando de una guerra de hace más de 50 años. Y existe el temor por la persecución”, describe Norby.

Por otra parte, las mujeres también establecen un vínculo entre memoria histórica, justicia, paz y reparación. Para Flor Múnera, defensora de derechos humanos y miembro del Comité de Solidaridad con los Presos Políticos, hace falta una memoria histórica bien construida, una memoria jurídica para la paz. "Aquí se cometieron crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad, asesinatos y desapariciones que ofendieron a la humanidad. Pero si no se puede hacer eso, si no se puede reconocer y decir realmente que eso pasó, a la memoria histórica le va a faltar algo. Es decir, esta mesita con tres patas no va a estar bien derecha, siempre va a estar torcida, eso va a pasar con la memoria histórica", declara Múnera.

 

MÁS QUE NARRAR

 

Cuando parece que el poder de las palabras resulta insuficiente para contar lo ocurrido, las víctimas buscan otras estrategias para narrar, otros lenguajes para explicar y transmitir sus vivencias. Tejer, pintar, escribir obras de teatro, poesía, producir música, bailar o actuar son algunas de las técnicas que las mujeres víctimas-supervivientes utilizan para representar su dolor.

 

Según recoge el informe Memorias en tiempos de Guerra, realizado por el Grupo de Memoria Histórica de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación (CNRR), al reconstruir y representar las memorias dolientes “se movilizan sentidos, se ubican hitos espaciales y temporales y se le da un significado, un propósito y un futuro al acto y al trabajo de la memoria”. Luz Marina Becerra, lideresa de la Coordinadora de Mujeres Afrodescendientes en Resistencia (La Comadre), describe en qué consistieron las jornadas de sanación de la Comadre, durante las cuales las víctimas-supervivientes compartieron sus vivencias de diferentes maneras.

 

“La primera jornada de sanación —relata Becerra— fue cantar los alabaos —cantos a los muertos, canciones de funeral cantados casi siempre por mujeres y sin el acompañamiento de instrumentos—, algo que en las ciudades no se ha permitido hacer. La segunda jornada fue hablar de las hierbas, la medicina ancestral con la que nos curábamos cuando estábamos en nuestros territorios rurales. La tercera jornada fue hablar de los mitos y leyendas, y la manera que nos inculcaban valores de respeto, solidaridad, cuentos... Finalmente, la cuarta jornada fue con juegos”.

 

Los esfuerzos colectivos establecen relaciones entre el pasado, el presente y el futuro, y entre los dolores de las víctimas, los hechos y sus responsables. Así lo recoge el Grupo de Memoria Histórica de la CNRR al trascribir un fragmento del canto abalao, originario del pacífico colombiano, en el informe Memorias en tiempos de guerra:

“Ay salve, ay salve oh tierra madre, luego que arrancan al negro del África

madre tierra y acá lo traen de esclavo, a labrar ríos y selvas, ay salve, ay

salve oh tierra madre…Nuestra vida defendimos, nos unimos en palenques,

cimarrones nos volvimos, ay salve, ay salve oh tierra madre…de la tierra se

adueñaron y a los negros masacraron… del mal acaparamiento en tierra de

pocas manos, es lo que vivimos… y ahora vienen con plata y tecnología a

robarse nuestras tierras y a acabar con nuestra vida… No podemos olvidar

lo largo de este alabado, son más largos tantos años”.

 

“Además —continúa Becerra—, tenemos un programa de cuidado al cuidador, siguiendo una estrategia de reparación desde la reconstrucción de la memoria. Las cuidadoras, además de tener sus propias historias de violencia, quizás llevan quince o dieciocho años escuchando y documentando historias desgarradoras de violencia que han sufrido otras compañeras, pero no han hecho trabajo de sanación propio”. Cuando explica el programa, Becerra habla indirectamente de su propio caso.

Igual que La Comadre, gran parte de las organizaciones de mujeres sobrevivientes al conflicto armado destacan la importancia de narrar las experiencias traumáticas que han vivido. La asociación Mujeres tejiendo sueños y sabores de paz ayuda a las mujeres a expresar las situaciones que las hicieron víctimas y a sanar el dolor que ha dejado en ellas la guerra por medio de la elaboración de bordes en telas. Una de las iniciativas que realizan las mujeres de la organización es la creación de tapices con retazos de tela y dulces típicos de la zona para presentar y curar el sufrimiento ocasionado por las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) cuando, en el 2000, irrumpieron en María la Baja (Bolívar) y asesinaron a 13 campesinos.

 

Mujeres miembros de la cooperativa productora de guacamole en el interior de la cocina de Heidi Johanna Rojas, en San Sebastián de Mariquita | Imagen: Elena Bulet

Otro ejemplo de organización de mujeres narradoras y tejedoras de memoria es la Asociación de Víctimas por la Paz y la Esperanza de Sonsón (Antioquia). La asociación nació en el año 2001 y se propone reivindicar la memoria de los familiares sobre los distintos hechos victimizantes con proyectos como el Costurero Tejedoras por la Memoria de Sonsón y el Archivo Digital por la Paz y la Esperanza de Sonsón. 

Estebana Ortiz destaca a su vez que desde su condición actual de víctima “se necesita una fuerza ‘supermayor’ que obligue a la institucionalidad a no vernos como enemigos a los que hacemos ese trabajo de recuperación de los testimonios, porque hay países a los que les interesa tener el tejido social fracturado, pues se sostienen de esta manera. Así, todo aquel que aporte a esta construcción del tejido social se convierte en su enemigo”. Para Estebana la narración de las víctimas puede verse como una esperanza. Sin embargo, “tiene que haber un factor en redes y organizaciones mundiales, a nivel internacional, para lograr unos objetivos. Las luchas tienen que volverse internacionales, o si no, nos seguirán matando”, asegura. 

“Las luchas tienen que volverse internacionales, o si no, nos seguirán matando”.

Texto: Helena Rodríguez
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